PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

lunes, 21 de noviembre de 2011

Belicosidades

A Juana siempre le había molestado la gente confianzuda, esos seres que en cualquier momento ocupan el lugar que nadie les otorgó y se lo adueñan como si siempre hubiesen estado allí.
Vale aclarar que a Juana también le molestaban los lugares llenos de gente como un colectivo desbordante, un shopping un domingo por la tarde o un restaurante demasiado concurrido y ruidoso.
La desequilibraba todo territorio, gesto o acción que pudiera invadir su espacio personal, esa burbuja tan íntima que nos creamos a nuestro alrededor.
Una tarde lluviosa y helada, fue a recorrer locales en busca de un libro que se le había antojado leer. Fue así que se perdió en los laberintos de esa inmensa librería y se dejó llevar de pasillo en pasillo sin apuros ni parquímetros.
Tomó un libro de un autor que no conocía con un título sumamente tentador y comenzó a ojearlo, concentrada.
De pronto, el dedo índice de una mano huesuda toca la hoja de su libro, justo donde ella leía y le señala una oración.

- Excelente libro. Lo devoré en unas horas. Muy recomendable.
Juana se asustó y se tiró instintivamente para atrás.
- No te asustes. No te voy a hacer nada.
- No, por favor, disculpame- llegó a balbucear la chica, un poco avergonzada por su acción.

Cuando levantó la vista y se repuso del enojo, se dio cuenta que su invasor podría llegar a ser el amor de su vida.
Así, bajando la guardia, cedió territorio para comenzar una charla amena e interesante, que continuó en los sillones de la librería, café de por medio.
Mientras el caballero sin armadura hablaba y gesticulaba torpemente, Juana lo miraba, lo escuchaba y sentía que se había enamorado.
Nunca pensó que le iba a resultar tan fácil.
Ahora, la joven sólo pensaba en cómo demostrarle que quería ser conquistada, invadida, seducida, explorada… que era arcilla en sus manos, territorio virgen, que había perdido la batalla, que estaba entregada.
Por Dios!!! Impensable. Una chica como ella… nunca fue de armas tomar.
De nuevo, el Cid atrevido, invadió con un gesto exagerado el espacio de Juana. Y ella, otra vez, instintivamente (maldito instinto) se tiró para atrás.

- No te asustes. No te voy a hacer nada.
- No, por favor, haceme.