PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

domingo, 14 de noviembre de 2010

¿Me repite la pregunta?

La otra vez, salió una nota en Clarín sobre la nueva jerga de ciertas tribus urbanas y de los jóvenes en general.
Al leerlo, me sentí como una vieja de 110 años, incapaz de comprender las nuevas tendencias. Porque estos chicos, no sólo usan neologismos (lo que no está tan mal, el lenguaje es algo vivo y se renueva en forma constante) sino que la están dando nuevas significaciones a palabras ya existentes. Esto hace que alguien como yo se quede afuera de la conversación. O algo así.
Claro que no tengo ni la más mínima intención de participar en esos diálogos, pero me quedo absorta pensando en cómo diablos hablará dentro de 8 años mi niñita que hoy tiene 4.
He aquí algunos ejemplos:

Arre: Interjección. Término flogger, usado al principio o al final de la frase. También se escribe como "ahrre" o "ahh rre". Ej. "Arre, te espero, cuidate".

Bigote: Sustantivo. Caretón, gil. Ej. "Para vos, Chatrán, bigote"

Cajetear: Verbo. Pensar, reflexionar. Ej. "Sentado y fumando con los pibes cajeteo /que fuiste la única persona que me escuchó decir te quiero"

Cara de jarra: Sustantivo. Borracho.

Effear: Verbo. Agregar a otra persona a la lista de favoritos (Friends and favorites) de un photo log o blog. Término flogger. Ej. "Effeame y avisá que te effeo en menos de cinco minutos".

Estar jirafa: Locución verbal. Tener mucha sed, tanta como debería tener una jirafa si atendemos a la distancia que debe recorrer un líquido a través de su cuello. Ej. "Pasame la birra que estoy re jirafa".

Fantasma: Peyorativo. Gil, bobo. Ej. "Yo no te conozco pero ya te imagino, fantasma de Capital que te hacés el tira tiro".

Gato: Sustantivo. Apelativo para designar a una persona, generalmente de forma despectiva. Se usa sólo en masculino. Ej. "Gato resentido la hago corta y no la estiro; rescatate y enfierrate que te estoy pidiendo tiros!"

Juguete: Adverbio negativo. Sinónimo de 'no'. Usado para negar, principalmente en respuesta una pregunta. Ej. "-¿Vas a ir a mi casa? -Juguete".

Liso: Adverbio. Sinónimo de 'bien'. Ej. "Estaba todo liso con vos, loco, pero ahora por jetón no te doy la remera".

Lol: Adjetivo. Algo divertido, que causa gracia o que es agradable. Se usa en expresiones como "está lol". Es un acrónimo de la expresión inglesa "laugh out loud". Se usa fundamentalmente en Internet. Ej. "Ja, ja,ja, lol" o "Esa foto está lol".

Pintar bondi: Locución verbal. Armar lío, tener problemas. Evolución de expresiones tumberas como "qué viaje me comí" (tuve un problema). Ej. "Rescatate porque pintó bondi" (Tranquilizate porque se armó lío).

Partir: Verbo. Sentir atracción hacia otro. Expresión flogger.

Quedar manija: Locución verbal. Quedarse con ganas de algo. "Me quedé manija de pizza".

Tap: Adjetivo. Codiciado, creativo, de la alta sociedad flogger. Viene del inglés 'top' Ej. "Wonder es la mejor, es re canio, re tap" .

Vagancia: Sustantivo. Barra, grupo. Ej. "Ha sido un día agitado me estoy muriendo de sed, en la esquina la vagancia tiene algo para beber"


Arre, banquen loco, no sean bigote, se me ponen media pileta y empiezan a cajetear algún comentario, que acá hasta los cara de jarra son bien recibidos, especialmente si están jirafa.
Y ahora me pongo a revisar a ver quien de Ustedes no me
affeó. No se hagan los fantasmas, vieja. No sean gatos... Miren que por ahora está todo liso.
Se me rescatan o acá pinta bondi. Y ya saben, este blog está bien tap. Ok??



Gente, escucho risas del fondo de mi placard; es mi título de Licenciada en Comunicación que se me está riendo a carcajadas...

viernes, 12 de noviembre de 2010

Diego (Parte 2 de 3)


En el aviso pedían joven abogado con experiencia en derecho jurídico.
Diego cumplía con ambas características y en la entrevista le fue muy bien. De esta manera comenzó a trabajar en el bufete.
Luego de tres años estaba feliz, le pagaban bien, y no tenía demasiadas complicaciones. Su buen ojo para elegir los casos, su labia para las negociaciones, su atinado criterio y la simpatía que lo caracterizaba le sirvieron para afianzarse en su puesto y en la empresa. Se había comprado un auto nuevo y empezado a pagar un lindo y confortable departamento.

Hacía rato que venía mirando a la mujer del director. Era una cuarentona que aún conservaba la belleza de su juventud con ayuda de la mano de un buen cirujano y los nuevos aparatos que insisten en elevar el ego femenino, entre otras partes más visibles que también levantan.
Silvana solía colaborar en algunos casos. Monitoreaba a los abogados y vigilaba el negocio. Eso la ayudaba a salir de su rutina diaria y demasiado aburguesada para la joven contestataria que había sido alguna vez.
A él le gustaba estar en las reuniones con ella. Lo excitaba mirarle las bellas piernas y las tetas operadas que se asomaban orgullosas por el eterno escote. Y le encantaba escuchar su voz. Era una voz ronca y seductora, segura y experta. Sin titubeos. Una voz que sabía lo que quería. Y se imaginaba a Silvana en la cama, con él. Fantaseaba pensando que esa mujer le podría dar mucho más placer que su novia, hermosa, pero joven y bastante inexperta todavía.
Muchas veces, en la ducha, se masturbaba pensando en ella. En la mujer del jefe. Una mina veinte años mayor que él.
“Qué zarpado. Mejor me dejo de joder”, se decía. Pero no se dejaba.

Un día, Silvana pasó caminando por detrás de su escritorio. Él escuchó que los tacones detenían apenas la marcha y sintió el dedo de su jefa, punzante, cuando le recorrió la espalda de hombro a hombro. La uña contra la camisa planchada hizo un sonido rasposo y suave y su espalda se erizó, gélida.
Su instinto de abogado lo hizo levantarse y seguirla hasta la oficina.
- Sí Señora, ¿qué necesitaba?- preguntó.
Ella se acercó sonriendo. Puso su mano en la entrepierna de él y muy tranquila le dijo:
- Vení Diego. Tenemos que hablar.

Y así fue como se convirtió formalmente en el amante de la mujer de su jefe.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Soledad (parte 1 de 3)

Era un día especialmente pegajoso en Buenos Aires y el cabello suelto empezaba a molestarle.
Venía pensando que se había puesto una cartera clara que estaba demodé… “Tendría que haberme comprado la semana pasada en el shopping esa blanca de cuero, tan linda y grande como se usa ahora, de Prune. La semana que viene, por ahí…”.
Absorta en sus pensamientos, ni se dio cuenta que ya estaba en la puerta del edificio de Diego, su amigo/amante/compañero/pareja despareja de los últimos ¿seis meses?. Sí, algo así, más o menos.
Tocó timbre y él bajó a abrirle. Le había dicho que hoy le tenía que pedir un favor. Ella estaba ansiosa. “Si no te va me lo decís y listo”, le anticipó.
Le divertía pensar qué podía ser. Él estaba nervioso, pero divertido y charlatán como siempre. Se besaron un poco en el ascensor mientras ella, curiosa, le preguntaba qué quería esta vez.
Cuando llegaron al departamento, vió con sorpresa que había un tipo de unos 50 años sentado en la esquina de la habitación. Quieto, callado, fumando tranquilamente un cigarrillo negro.
- Estás loco Diego. Qué querés? Un trío no, y menos con este tipo.
- No, no… él sólo quiere mirar. No nos va a joder.
No sabe cuanto tiempo discutieron por lo bajo, pero cada vez ella ponía menos resistencia. Y la idea empezaba a seducirla. Mientras hablaba, él la tomaba de las manos y ella miraba de vez en cuando a ese hombre que fumaba tranquilo mirando el piso, como si ellos no existieran.
De pronto y como para terminar la discusión, Diego saca de su billetera cinco billetes de 100 pesos. Los dobla en dos. Los vuelve a doblar. Los vuelve a doblar otra vez. La toma a ella de la mano, la trae suave hacía él y le dice al oído.
- Dale… no seas mala, si no te cuesta nada.
Y le engancha del corpiño negro, sobre el pecho, ese dinero que estaba tan planchado, tan nuevito, tan limpito...
Ella sintió una súbita excitación con ese gesto de él. Le dio una puntada en el estómago, mezcla de deseo y hastío. Nunca imaginó que algo así la podía erotizar tanto... ¿O era la idea de ser mirada por un extraño mientras tenía sexo con su pareja lo que la excitaba? Estaba demasiado confundida para llegar a una conclusión. Lo pensó unos instantes y así, siempre con los billetes entre las tetas, jugó a ser una puta.
- Esta cartera es preciosa. Cuero del mejor. Los turistas me la sacan de las manos. Cómo la vas a abonar??
- En efectivo- respondió ella, riéndose por lo bajo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cortito y al pié (I)

El cálculo es inevitable.


Sólo camino si el suelo es seguro,

el aire fresco y tus ojos sinceros.

No supongas mis límites,

ni mis sentires, ni mi ganas,

ni mis dichos, ni mis silencios,

ni mis miradas, ni mis gestos,

ni mis sonrisas, ni mis enojos,

ni mi compostura (mucho menos mi irreverencia).

Tengo cadenas invisibles

que no se perciben ni se escuchan.

Y la certeza de que nunca te animarías a mi lado salvaje.




jueves, 4 de noviembre de 2010

El Bar de la Soledad.

La vio por primera vez en un bar cercano a la facultad. Era de esos bares antiguos que rodean los centros de estudiantes pero en los que, paradójicamente, nunca había ningún alumno estudiando. La clientela consistía en borrachines, hombres insatisfechos, mujeres descuidadas, viejitos aburridos y jóvenes melancólicos.

"El bar de la soledad", lo había bautizado él. Entonces, aprovechaba el silencio del lugar para ir a estudiar sin tener que saludar a nadie y entablar una charla obligada.

Ella siempre se sentaba en una mesa al lado de la ventana sucia, pedía un cortado y se ponía a mirar hacia la calle. Apoyaba el celular en un costado y lo utilizaba de reloj. Sacaba un libro y se ponía a leer. De vez en cuando, con un lápiz hacía anotaciones al margen o subrayaba renglones. Tomaba un sorbo del café y miraba el teléfono.

Así cada vez.

Él estaba obsesionado con esa bella lectora de ojos cálidos. Era serenamente hermosa y tenía un cabello que olía muy bien y unas manos muy suaves. Claro, que todo esto lo imaginaba mientras la miraba.
A veces, ella movía ligeramente los labios, como si la frase que estuviera leyendo mereciera ser dicha además de ser leída. A él le encantaba que ella haga eso, como si le estuviera diciendo un secreto al oído.

Todos los días se decía a si mismo: "hoy le digo que la quiero". Pero no. Se levantaba antes que ella y se iba sin hablar. Y volvía a su casa mansa, a su mujer, a sus hijos, a su vida. Y sabía que iba a llegar a su hogar y conversaría y reiría con sus niños, besaría a su esposa y ella comenzaría a hablarle, a contarle sus cosas, que cenarían, que mirarían la televisión, que se irían a dormir y tal vez, con suerte, harían el amor.

Sin embargo, la chica de la ventana habitaba en su cabeza.

“Mañana le digo que la quiero, que no puedo dejar de pensar en ella. Que me diga su nombre y me cuente sobre lo que está leyendo.”


Y por supuesto, ya sabrán como termina esta historia. Fue contada demasiadas veces.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Belicosidades

A Soledad siempre le había molestado la gente confianzuda, esos seres que en cualquier momento ocupan el lugar que nadie les otorgó y se lo adueñan como si siempre hubiesen estado allí.

Vale aclarar que a Soledad también le molestaban los lugares llenos de gente como un colectivo desbordante, un shopping un domingo por la tarde o un restaurante demasiado concurrido y ruidoso.

A Soledad la desequilibraba todo territorio, gesto o acción que pudiera invadir su espacio personal, esa burbuja tan íntima que nos creamos a nuestro alrededor.
Una tarde lluviosa y helada, fue a recorrer locales en busca de un libro que se le había antojado leer. Fue así que se perdió en los laberintos de esa inmensa librería y se dejó llevar de pasillo en pasillo sin apuros ni parquímetros.

Tomó un libro de un autor que no conocía con un título sumamente tentador y comenzó a ojearlo, concentrada.

De pronto, el dedo índice de una mano huesuda toca la hoja de su libro, justo donde ella leía y le señala una oración.

- Excelente libro. Lo devoré en unas horas. Muy recomendable.

Soledad se asustó y se tiró instintivamente para atrás.

- No te asustes. No te voy a hacer nada.

- No, por favor, disculpame- llegó a balbucear la chica, un poco avergonzada por su acción.


Cuando levantó la vista y se repuso del enojo, se dio cuenta que su invasor podría llegar a ser el amor de su vida.

Así, bajando la guardia, cedió territorio para comenzar una charla amena e interesante, que continuó en los sillones de la librería, café de por medio.

Mientras el caballero sin armadura hablaba y gesticulaba torpemente, Soledad lo miraba, lo escuchaba y sentía que se había enamorado.

Nunca pensó que le iba a resultar tan fácil.

Ahora, la joven sólo pensaba en cómo demostrarle que quería ser conquistada, invadida, seducida, explorada… que era arcilla en sus manos, territorio virgen, que había perdido la batalla, que estaba entregada.
Por Dios!!! Impensable. Una chica como ella… nunca fue de armas tomar.
De nuevo, el Cid atrevido, invadió con un gesto exagerado el espacio de Soledad. Y ella, otra vez, instintivamente (maldito instinto) se tiró para atrás.


- No te asustes. No te voy a hacer nada.
- No, por favor, haceme.