PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

lunes, 23 de abril de 2012

Primer Amor

Roberto González tenía la sabiduría que te da la calle.
Nos conocimos de casualidad, cuando yo era muy niñita, como si nos hubiésemos buscado.
Una tarde calurosa de febrero, huyendo de ciertos pequeños vándalos que querían mojarme con bombitas de carnaval, me metí en un terreno semi baldío. Cuando los chicos entraron a buscarme para culminar la faena, salió González de la nada, ladrando como poseído, defendiéndome con uñas y dientes.
Y allí me enamoré. A partir de ese momento se convirtió en mi perro. 
Lo alimentaba, lo acariciaba, jugábamos y hasta le puse un collar azul que le quedaba precioso.
Cuando quería verlo, sólo debía chiflar y ahí aparecía González, moviendo la cola y escoltándome hasta donde yo quisiera ir.
Tenerlo era como una especie de enfrentamiento inocente y primario con mi padre, que además de no estar de acuerdo que alimente, cuide y acaricie a un perro callejero y pulgoso, no entendía que haya quebrado las reglas de la denominación perruna.

Los perros deben tener un nombre de dos sílabas. Coqui, Negro, Blanqui, Tobi…
- ¿Para qué?
- Para que no pierdas tiempo llamándolos. Además, el Gallego de la otra cuadra dice que te estás burlando de él cada vez que llamás a tu perro. 
- Papá, lo que pasa es que González no responde a otro nombre. Es lo mismo que a mi me llames Juanita. Probá, vas a ver como no te respondo.
- Bueno, cuando el perro te muerda, no vengas llorando.
- Roberto González jamás me mordería, papá. El me ama.

Y con esa sentencia, dábamos por terminada la discusión.

Un día, luego de unos años, González se enamoró.
Parece que se fue atrás de una perra muy linda.
Lo esperé durante muchos días, chiflando para que vuelva. Pero no.

¿Viste? Te lo dije. Los perros machos y callejeros son como los hombres- me avisó mi papá, con buenas intenciones y sin sutilezas.

Se podrán imaginar que no aprendí la lección.



viernes, 6 de abril de 2012

Conductas

Uno, dos, tres, cuatro…
Cinco, seis, siete, ocho…
Me angustia ver gotear una canilla.
Siento que se desperdicia vitalidad.

Uno, dos, tres, cuatro…
Cinco, seis, siete, ocho…
Un pié delante del otro.
Mantengo el ritmo al caminar.
Primero uno, después el otro.
Soy capaz de andar miles de vidas así.
Me concentro, no me caigo. Sigo la línea recta, me concentro, sí, me concentro y no me caigo, pero si no miro para delante…
Si sólo veo mis pies, no puedo seguirte y ya no sé para dónde estás yendo.
O tal vez me entretengo con mis pasos porque no quiero seguirte.
Te perdí.

Es eso, creo. Me aburrí de seguirte y me siento en cuclillas.
No, mejor como buda. Es más cómodo y de paso descanso las piernas.
Pero no me alcanza.
Estoy abatida.
Y me paro, me miro al espejo y me arreglo las plumas despeinadas.
Soy un pavo real con plumas de cotillón.
Eso pienso.
Eso creo.

Qué bueno que llegaste, que resistís mis embistes y mis embustes caprichosos, mis puñetazos infantiles, mis besos despiadados, mis manos huesudas, mis lengüetazos sinceros, mis mordidas desesperadas, mis besos encantados, mis gritos verdes y mis trampas más sutiles.
Necesitaba tu consuelo como una niña compungida.
Y hoy estoy tan cansada.

Llevame a la cama, dale.

Te prometo un mundo de mares y lunas llenas
.
Y si no cumplo, ya sabés como corregirme.