PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

martes, 26 de octubre de 2010

Como adolescentes


A veces la tensión sexual latente entre dos personas es tan poderosa que se puede sentir la electricidad en el aire.
Me refiero al momento exacto antes de que pase algo concreto, como un beso apasionado, un abrazo amoroso o el esperado sexo consensuado.
Hablo de ese momento en que una persona te gusta mucho. Te gusta tanto, que no sólo la mirás fijamente a los ojos devorándola con la mirada y pensando sobre “todas las cosas que le haría si…”, sino que coqueteás como un adolescente en celo y hablás de una manera sexy y seductora. Los hombres ponen su mejor voz de galán y meten la panza para adentro y las mujeres se retocan el cabello y verifican rápidamente en el reflejo que les devuelve la ventana, que el maquillaje esté en su lugar.
Me refiero a ese momento en que los llamados telefónicos son excusas para escuchar una voz; los mails se convierten en invitaciones inconscientes (y no tanto) a una noche de amor y donde se puede leer entre líneas el deseo latente del revolcón al paso, donde detrás de cada “besos, besitos y besotes” asoman, solapadas, intenciones demasiado obvias para un tercero desprevenido.
Hablo de ese cosquilleo en la entrepierna, esa puntada en el estómago que nos produce una persona con la cual todavía no pasó nada en la realidad, pero queremos que pase todo. Y que en los sueños y en las noches de soledad imaginamos en nuestra cama, en nuestra ducha, en nuestra mesa cumpliendo las más variadas fantasías… Románticas, eróticas, sucias, perversas, ideales, soñadas.
Somos (o pretendemos ser) personas con experiencias sexuales muy placenteras, con parejas estables o no, pero es increíble cuando al pasarnos un vaso de agua con ese ser tan deseado, el roce de las manos despierta nuestros instintos más salvajes.
O al tocarse nuestros brazos en un ascensor lleno.
O al saludar con un beso rápido para no generar sospechas, pero apenas más lento que el que se le da al resto de la gente…

“Y pensar que para que mi mujer me caliente así… uyyy… cuánto hace que con un simple roce no me genera nada”.
“Sabés las veces que me paseo desnuda delante de mi marido y él ni se inmuta, ni me mira…”


Qué lindo es ese cosquilleo adolescente. Qué simple y maravilloso era cuando nos encendíamos con la chispa más insignificante, con la mirada más inocente y cuando teníamos el tacto a flor de piel.


Hace mucho que no se sienten así??

viernes, 22 de octubre de 2010

Rutinas

Qué linda que estabas la otra tarde en ese recoveco,

tan apretadita contra mí, tan apurada, tan cerquita.

No te molestó que nos miraran

pero igual ocultaste tu rostro.

Después me besaste y te perdiste entre la gente
(y yo dormí feliz).

La alarma del reloj sonaba religiosamente a las 6.30. Ducha rápida para un despertar seguro. Al Sr. Daniel nunca le gustó bañarse con agua caliente porque pensaba que eran placeres que no acarreaban ninguna ventaja operativa.
Cuarenta cepilladas por lado con dentífrico de mentol.
A las 8.00 pagaba el peaje y a las 8.17 estacionaba el auto en la cochera 34E. A más tardar, a las 8.30 estaba leyendo el diario sentado en la oficina y tomando su desayuno.
Un pocillo blanco con tres cuartas partes de café bien negro y un chorrito apenas de leche tibia con tres cucharadas de azúcar. Nadie preparaba el cortado como Lili.
El Sr. Daniel siempre pensó que todo era correcto en su vida. La estructura estaba tan bien planeada, que nada podía interponerse entre la felicidad y lo evitable. No creía en el destino. Él pensaba que todo era una consecuencia de una acción. Que todo era reactivo y planificable.
Hasta los sentimientos.
Los lunes, las carpetas debían estar ordenadas alfabéticamente sobre su escritorio según el planning semanal cuidadosamente pensado. Lili nunca se equivocaba. Siempre aparecían ordenadas como le gustaba al Sr. Daniel.
Él era un tipo bueno y trabajador, a la vieja usanza. No sabía de computadoras, porque Lili las usaba por él. No conocía los teléfonos de sus contactos, porque Lili siempre lo comunicaba cuando los necesitaba. Tampoco se preocupaba por su almuerzo de las 12.30 porque, bueno, ya saben, estaba Lili.
Un día el Sr. Daniel llegó a la oficina y el café cortado no estaba en su escritorio. En su lugar, encontró una carta manuscrita con la letra prolija de Lili.

Estimado Sr Daniel:
Me voy. Conocí a un hombre que vive en el interior. Me dice que soy linda, buena y que le gusto. También me dice que lo excito cuando lo beso y que me quiere hacer el amor todos los días.
Llevo años esperando que Usted me lo diga. Llevo noches enteras pensándolo a Usted y debo reconocer que cada vez que mi amante me toca, sueño que son sus manos. Sus manos grandes, cuidadas y huesudas. Sus hermosas manos que nunca me tocaron, ni me acariciaron, ni me arrancaron de mi silla para que Usted me besara apasionadamente.
Lo amo Sr. Daniel, pero parto en busca de un amor más terrenal.
Tal vez, en otra vida se decida y me cuente al oído que soy su chica, que me quiere acurrucar y tenerme envuelta en sus sábanas tibias hasta que me duerma.
Mientras tanto, adiós.
Atentamente, Lili.

El Sr. Daniel se quedó unos minutos en silencio, mirando el reloj de la pared.
De pronto se percató que se le había pasado la vida.

jueves, 21 de octubre de 2010

Sanación



Un gato sucio, roto y descosido se acicala sin ganas.
Ni lengua rasposa para lavarse le había dejado la vida.
Una vez, alguna, creía recordar, fue un hermoso gato pardo de ancas musculosas y garras afiladas.
Sus ojos de tigre y su olfato sensible le proveían las presas más exquisitas.
Recuerda -y se le hace agua la boca- aquellas épocas de ratones grandes y torcazas gordas.
Ahora, se mira exhausto y piensa que es un gato viejo y destartalado, lamiéndose las heridas causadas en su última pelea por el amor de esa gata atorranta, la más linda del vecindario, aquella que ni siquiera lo quería, ni lo pretendía.
Y pensar que…
Baja la cabeza y sigue lavando su pelaje sucio y acartonado de mugre, saliva y sangre, mientras recuerda que la herida que más le preocupa es la del lomo, justo arriba del cuello, exactamente en el lugar donde su lengua no llega.
Se juró que mañana, luego de dormir un rato, encontraría a alguien que esté dispuesto a lamer sus heridas.
Y él se dejaría.

Ya lo había decidido.
Mi vieja siempre dijo que abrir la heladera en casa ajena era cosa de confianzudos.


Bienvenidos.