PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

martes, 7 de diciembre de 2010

Costumbres aprehendidas

Siempre tuvo algo de geisha.
Desde muy niña, disfrutaba de las pequeñas ceremonias y del arte de homenajear.
En los detalles ponía voluntad y esmero, y se sentía feliz de ser una buena anfitriona.
Su padre le había enseñado varias cosas cuando tenía cinco años. Entre ellas, a jugar al Truco y a preparar “el aperitivo”.
Como la niña no sabía leer, el hombre le hizo en un papel dibujitos de las cartas y las ordenó por valor. Le explicó lo básico y le enseñó las señas y la importancia de hacerle creer al contrincante que uno está “cargado”. También le enseñó a mentir y a desarrollar la percepción (esta última cualidad la ayudaría mucho en futuras contiendas, aunque no fueran de Truco).
Pero ese es otro cuento.
Para preparar el aperitivo, la niña disponía sobre la mesada los ingredientes y un pequeño medidor de líquido plateado. La “medida”, le decía ella.
Una vez que estaba todo listo, comenzaba la mezcla: una de Fernet, una de Gancia, un chorrito de soda (atención, no un chorro), el jugo de medio limón y cuatro cubitos de hielo. Se agitaba y ¡voilá!
La niña le llevaba la poción a su padre con mucho placer y orgullo, asentando las bases donde se desarrollarían sus dotes de anfitriona y su gusto por ciertos placeres gourmets.
Ya sé, muchos podrían argumentar que eso no es cosa de chicos, que los malos hábitos y la cercanía al alcohol no son buenos compañeros… ¡¡Pamplinas!!
Hace treinta años, ciertas costumbres no se tomaban tan dramáticamente como ahora y los psicopedagogos y educadores progres se dedicaban a hacer tareas más interesantes como, por ejemplo, estudiar otra cosa.
Como sea, la niña siguió trepando a los árboles y andando en bicicleta y tomando la leche mientras veía el único canal que pasaba por la tarde dos horas de dibujitos.

Qué sencilla e inocentemente salvaje era la vida, ¿verdad?

domingo, 14 de noviembre de 2010

¿Me repite la pregunta?

La otra vez, salió una nota en Clarín sobre la nueva jerga de ciertas tribus urbanas y de los jóvenes en general.
Al leerlo, me sentí como una vieja de 110 años, incapaz de comprender las nuevas tendencias. Porque estos chicos, no sólo usan neologismos (lo que no está tan mal, el lenguaje es algo vivo y se renueva en forma constante) sino que la están dando nuevas significaciones a palabras ya existentes. Esto hace que alguien como yo se quede afuera de la conversación. O algo así.
Claro que no tengo ni la más mínima intención de participar en esos diálogos, pero me quedo absorta pensando en cómo diablos hablará dentro de 8 años mi niñita que hoy tiene 4.
He aquí algunos ejemplos:

Arre: Interjección. Término flogger, usado al principio o al final de la frase. También se escribe como "ahrre" o "ahh rre". Ej. "Arre, te espero, cuidate".

Bigote: Sustantivo. Caretón, gil. Ej. "Para vos, Chatrán, bigote"

Cajetear: Verbo. Pensar, reflexionar. Ej. "Sentado y fumando con los pibes cajeteo /que fuiste la única persona que me escuchó decir te quiero"

Cara de jarra: Sustantivo. Borracho.

Effear: Verbo. Agregar a otra persona a la lista de favoritos (Friends and favorites) de un photo log o blog. Término flogger. Ej. "Effeame y avisá que te effeo en menos de cinco minutos".

Estar jirafa: Locución verbal. Tener mucha sed, tanta como debería tener una jirafa si atendemos a la distancia que debe recorrer un líquido a través de su cuello. Ej. "Pasame la birra que estoy re jirafa".

Fantasma: Peyorativo. Gil, bobo. Ej. "Yo no te conozco pero ya te imagino, fantasma de Capital que te hacés el tira tiro".

Gato: Sustantivo. Apelativo para designar a una persona, generalmente de forma despectiva. Se usa sólo en masculino. Ej. "Gato resentido la hago corta y no la estiro; rescatate y enfierrate que te estoy pidiendo tiros!"

Juguete: Adverbio negativo. Sinónimo de 'no'. Usado para negar, principalmente en respuesta una pregunta. Ej. "-¿Vas a ir a mi casa? -Juguete".

Liso: Adverbio. Sinónimo de 'bien'. Ej. "Estaba todo liso con vos, loco, pero ahora por jetón no te doy la remera".

Lol: Adjetivo. Algo divertido, que causa gracia o que es agradable. Se usa en expresiones como "está lol". Es un acrónimo de la expresión inglesa "laugh out loud". Se usa fundamentalmente en Internet. Ej. "Ja, ja,ja, lol" o "Esa foto está lol".

Pintar bondi: Locución verbal. Armar lío, tener problemas. Evolución de expresiones tumberas como "qué viaje me comí" (tuve un problema). Ej. "Rescatate porque pintó bondi" (Tranquilizate porque se armó lío).

Partir: Verbo. Sentir atracción hacia otro. Expresión flogger.

Quedar manija: Locución verbal. Quedarse con ganas de algo. "Me quedé manija de pizza".

Tap: Adjetivo. Codiciado, creativo, de la alta sociedad flogger. Viene del inglés 'top' Ej. "Wonder es la mejor, es re canio, re tap" .

Vagancia: Sustantivo. Barra, grupo. Ej. "Ha sido un día agitado me estoy muriendo de sed, en la esquina la vagancia tiene algo para beber"


Arre, banquen loco, no sean bigote, se me ponen media pileta y empiezan a cajetear algún comentario, que acá hasta los cara de jarra son bien recibidos, especialmente si están jirafa.
Y ahora me pongo a revisar a ver quien de Ustedes no me
affeó. No se hagan los fantasmas, vieja. No sean gatos... Miren que por ahora está todo liso.
Se me rescatan o acá pinta bondi. Y ya saben, este blog está bien tap. Ok??



Gente, escucho risas del fondo de mi placard; es mi título de Licenciada en Comunicación que se me está riendo a carcajadas...

viernes, 12 de noviembre de 2010

Diego (Parte 2 de 3)


En el aviso pedían joven abogado con experiencia en derecho jurídico.
Diego cumplía con ambas características y en la entrevista le fue muy bien. De esta manera comenzó a trabajar en el bufete.
Luego de tres años estaba feliz, le pagaban bien, y no tenía demasiadas complicaciones. Su buen ojo para elegir los casos, su labia para las negociaciones, su atinado criterio y la simpatía que lo caracterizaba le sirvieron para afianzarse en su puesto y en la empresa. Se había comprado un auto nuevo y empezado a pagar un lindo y confortable departamento.

Hacía rato que venía mirando a la mujer del director. Era una cuarentona que aún conservaba la belleza de su juventud con ayuda de la mano de un buen cirujano y los nuevos aparatos que insisten en elevar el ego femenino, entre otras partes más visibles que también levantan.
Silvana solía colaborar en algunos casos. Monitoreaba a los abogados y vigilaba el negocio. Eso la ayudaba a salir de su rutina diaria y demasiado aburguesada para la joven contestataria que había sido alguna vez.
A él le gustaba estar en las reuniones con ella. Lo excitaba mirarle las bellas piernas y las tetas operadas que se asomaban orgullosas por el eterno escote. Y le encantaba escuchar su voz. Era una voz ronca y seductora, segura y experta. Sin titubeos. Una voz que sabía lo que quería. Y se imaginaba a Silvana en la cama, con él. Fantaseaba pensando que esa mujer le podría dar mucho más placer que su novia, hermosa, pero joven y bastante inexperta todavía.
Muchas veces, en la ducha, se masturbaba pensando en ella. En la mujer del jefe. Una mina veinte años mayor que él.
“Qué zarpado. Mejor me dejo de joder”, se decía. Pero no se dejaba.

Un día, Silvana pasó caminando por detrás de su escritorio. Él escuchó que los tacones detenían apenas la marcha y sintió el dedo de su jefa, punzante, cuando le recorrió la espalda de hombro a hombro. La uña contra la camisa planchada hizo un sonido rasposo y suave y su espalda se erizó, gélida.
Su instinto de abogado lo hizo levantarse y seguirla hasta la oficina.
- Sí Señora, ¿qué necesitaba?- preguntó.
Ella se acercó sonriendo. Puso su mano en la entrepierna de él y muy tranquila le dijo:
- Vení Diego. Tenemos que hablar.

Y así fue como se convirtió formalmente en el amante de la mujer de su jefe.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Soledad (parte 1 de 3)

Era un día especialmente pegajoso en Buenos Aires y el cabello suelto empezaba a molestarle.
Venía pensando que se había puesto una cartera clara que estaba demodé… “Tendría que haberme comprado la semana pasada en el shopping esa blanca de cuero, tan linda y grande como se usa ahora, de Prune. La semana que viene, por ahí…”.
Absorta en sus pensamientos, ni se dio cuenta que ya estaba en la puerta del edificio de Diego, su amigo/amante/compañero/pareja despareja de los últimos ¿seis meses?. Sí, algo así, más o menos.
Tocó timbre y él bajó a abrirle. Le había dicho que hoy le tenía que pedir un favor. Ella estaba ansiosa. “Si no te va me lo decís y listo”, le anticipó.
Le divertía pensar qué podía ser. Él estaba nervioso, pero divertido y charlatán como siempre. Se besaron un poco en el ascensor mientras ella, curiosa, le preguntaba qué quería esta vez.
Cuando llegaron al departamento, vió con sorpresa que había un tipo de unos 50 años sentado en la esquina de la habitación. Quieto, callado, fumando tranquilamente un cigarrillo negro.
- Estás loco Diego. Qué querés? Un trío no, y menos con este tipo.
- No, no… él sólo quiere mirar. No nos va a joder.
No sabe cuanto tiempo discutieron por lo bajo, pero cada vez ella ponía menos resistencia. Y la idea empezaba a seducirla. Mientras hablaba, él la tomaba de las manos y ella miraba de vez en cuando a ese hombre que fumaba tranquilo mirando el piso, como si ellos no existieran.
De pronto y como para terminar la discusión, Diego saca de su billetera cinco billetes de 100 pesos. Los dobla en dos. Los vuelve a doblar. Los vuelve a doblar otra vez. La toma a ella de la mano, la trae suave hacía él y le dice al oído.
- Dale… no seas mala, si no te cuesta nada.
Y le engancha del corpiño negro, sobre el pecho, ese dinero que estaba tan planchado, tan nuevito, tan limpito...
Ella sintió una súbita excitación con ese gesto de él. Le dio una puntada en el estómago, mezcla de deseo y hastío. Nunca imaginó que algo así la podía erotizar tanto... ¿O era la idea de ser mirada por un extraño mientras tenía sexo con su pareja lo que la excitaba? Estaba demasiado confundida para llegar a una conclusión. Lo pensó unos instantes y así, siempre con los billetes entre las tetas, jugó a ser una puta.
- Esta cartera es preciosa. Cuero del mejor. Los turistas me la sacan de las manos. Cómo la vas a abonar??
- En efectivo- respondió ella, riéndose por lo bajo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Cortito y al pié (I)

El cálculo es inevitable.


Sólo camino si el suelo es seguro,

el aire fresco y tus ojos sinceros.

No supongas mis límites,

ni mis sentires, ni mi ganas,

ni mis dichos, ni mis silencios,

ni mis miradas, ni mis gestos,

ni mis sonrisas, ni mis enojos,

ni mi compostura (mucho menos mi irreverencia).

Tengo cadenas invisibles

que no se perciben ni se escuchan.

Y la certeza de que nunca te animarías a mi lado salvaje.




jueves, 4 de noviembre de 2010

El Bar de la Soledad.

La vio por primera vez en un bar cercano a la facultad. Era de esos bares antiguos que rodean los centros de estudiantes pero en los que, paradójicamente, nunca había ningún alumno estudiando. La clientela consistía en borrachines, hombres insatisfechos, mujeres descuidadas, viejitos aburridos y jóvenes melancólicos.

"El bar de la soledad", lo había bautizado él. Entonces, aprovechaba el silencio del lugar para ir a estudiar sin tener que saludar a nadie y entablar una charla obligada.

Ella siempre se sentaba en una mesa al lado de la ventana sucia, pedía un cortado y se ponía a mirar hacia la calle. Apoyaba el celular en un costado y lo utilizaba de reloj. Sacaba un libro y se ponía a leer. De vez en cuando, con un lápiz hacía anotaciones al margen o subrayaba renglones. Tomaba un sorbo del café y miraba el teléfono.

Así cada vez.

Él estaba obsesionado con esa bella lectora de ojos cálidos. Era serenamente hermosa y tenía un cabello que olía muy bien y unas manos muy suaves. Claro, que todo esto lo imaginaba mientras la miraba.
A veces, ella movía ligeramente los labios, como si la frase que estuviera leyendo mereciera ser dicha además de ser leída. A él le encantaba que ella haga eso, como si le estuviera diciendo un secreto al oído.

Todos los días se decía a si mismo: "hoy le digo que la quiero". Pero no. Se levantaba antes que ella y se iba sin hablar. Y volvía a su casa mansa, a su mujer, a sus hijos, a su vida. Y sabía que iba a llegar a su hogar y conversaría y reiría con sus niños, besaría a su esposa y ella comenzaría a hablarle, a contarle sus cosas, que cenarían, que mirarían la televisión, que se irían a dormir y tal vez, con suerte, harían el amor.

Sin embargo, la chica de la ventana habitaba en su cabeza.

“Mañana le digo que la quiero, que no puedo dejar de pensar en ella. Que me diga su nombre y me cuente sobre lo que está leyendo.”


Y por supuesto, ya sabrán como termina esta historia. Fue contada demasiadas veces.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Belicosidades

A Soledad siempre le había molestado la gente confianzuda, esos seres que en cualquier momento ocupan el lugar que nadie les otorgó y se lo adueñan como si siempre hubiesen estado allí.

Vale aclarar que a Soledad también le molestaban los lugares llenos de gente como un colectivo desbordante, un shopping un domingo por la tarde o un restaurante demasiado concurrido y ruidoso.

A Soledad la desequilibraba todo territorio, gesto o acción que pudiera invadir su espacio personal, esa burbuja tan íntima que nos creamos a nuestro alrededor.
Una tarde lluviosa y helada, fue a recorrer locales en busca de un libro que se le había antojado leer. Fue así que se perdió en los laberintos de esa inmensa librería y se dejó llevar de pasillo en pasillo sin apuros ni parquímetros.

Tomó un libro de un autor que no conocía con un título sumamente tentador y comenzó a ojearlo, concentrada.

De pronto, el dedo índice de una mano huesuda toca la hoja de su libro, justo donde ella leía y le señala una oración.

- Excelente libro. Lo devoré en unas horas. Muy recomendable.

Soledad se asustó y se tiró instintivamente para atrás.

- No te asustes. No te voy a hacer nada.

- No, por favor, disculpame- llegó a balbucear la chica, un poco avergonzada por su acción.


Cuando levantó la vista y se repuso del enojo, se dio cuenta que su invasor podría llegar a ser el amor de su vida.

Así, bajando la guardia, cedió territorio para comenzar una charla amena e interesante, que continuó en los sillones de la librería, café de por medio.

Mientras el caballero sin armadura hablaba y gesticulaba torpemente, Soledad lo miraba, lo escuchaba y sentía que se había enamorado.

Nunca pensó que le iba a resultar tan fácil.

Ahora, la joven sólo pensaba en cómo demostrarle que quería ser conquistada, invadida, seducida, explorada… que era arcilla en sus manos, territorio virgen, que había perdido la batalla, que estaba entregada.
Por Dios!!! Impensable. Una chica como ella… nunca fue de armas tomar.
De nuevo, el Cid atrevido, invadió con un gesto exagerado el espacio de Soledad. Y ella, otra vez, instintivamente (maldito instinto) se tiró para atrás.


- No te asustes. No te voy a hacer nada.
- No, por favor, haceme.




martes, 26 de octubre de 2010

Como adolescentes


A veces la tensión sexual latente entre dos personas es tan poderosa que se puede sentir la electricidad en el aire.
Me refiero al momento exacto antes de que pase algo concreto, como un beso apasionado, un abrazo amoroso o el esperado sexo consensuado.
Hablo de ese momento en que una persona te gusta mucho. Te gusta tanto, que no sólo la mirás fijamente a los ojos devorándola con la mirada y pensando sobre “todas las cosas que le haría si…”, sino que coqueteás como un adolescente en celo y hablás de una manera sexy y seductora. Los hombres ponen su mejor voz de galán y meten la panza para adentro y las mujeres se retocan el cabello y verifican rápidamente en el reflejo que les devuelve la ventana, que el maquillaje esté en su lugar.
Me refiero a ese momento en que los llamados telefónicos son excusas para escuchar una voz; los mails se convierten en invitaciones inconscientes (y no tanto) a una noche de amor y donde se puede leer entre líneas el deseo latente del revolcón al paso, donde detrás de cada “besos, besitos y besotes” asoman, solapadas, intenciones demasiado obvias para un tercero desprevenido.
Hablo de ese cosquilleo en la entrepierna, esa puntada en el estómago que nos produce una persona con la cual todavía no pasó nada en la realidad, pero queremos que pase todo. Y que en los sueños y en las noches de soledad imaginamos en nuestra cama, en nuestra ducha, en nuestra mesa cumpliendo las más variadas fantasías… Románticas, eróticas, sucias, perversas, ideales, soñadas.
Somos (o pretendemos ser) personas con experiencias sexuales muy placenteras, con parejas estables o no, pero es increíble cuando al pasarnos un vaso de agua con ese ser tan deseado, el roce de las manos despierta nuestros instintos más salvajes.
O al tocarse nuestros brazos en un ascensor lleno.
O al saludar con un beso rápido para no generar sospechas, pero apenas más lento que el que se le da al resto de la gente…

“Y pensar que para que mi mujer me caliente así… uyyy… cuánto hace que con un simple roce no me genera nada”.
“Sabés las veces que me paseo desnuda delante de mi marido y él ni se inmuta, ni me mira…”


Qué lindo es ese cosquilleo adolescente. Qué simple y maravilloso era cuando nos encendíamos con la chispa más insignificante, con la mirada más inocente y cuando teníamos el tacto a flor de piel.


Hace mucho que no se sienten así??

viernes, 22 de octubre de 2010

Rutinas

Qué linda que estabas la otra tarde en ese recoveco,

tan apretadita contra mí, tan apurada, tan cerquita.

No te molestó que nos miraran

pero igual ocultaste tu rostro.

Después me besaste y te perdiste entre la gente
(y yo dormí feliz).

La alarma del reloj sonaba religiosamente a las 6.30. Ducha rápida para un despertar seguro. Al Sr. Daniel nunca le gustó bañarse con agua caliente porque pensaba que eran placeres que no acarreaban ninguna ventaja operativa.
Cuarenta cepilladas por lado con dentífrico de mentol.
A las 8.00 pagaba el peaje y a las 8.17 estacionaba el auto en la cochera 34E. A más tardar, a las 8.30 estaba leyendo el diario sentado en la oficina y tomando su desayuno.
Un pocillo blanco con tres cuartas partes de café bien negro y un chorrito apenas de leche tibia con tres cucharadas de azúcar. Nadie preparaba el cortado como Lili.
El Sr. Daniel siempre pensó que todo era correcto en su vida. La estructura estaba tan bien planeada, que nada podía interponerse entre la felicidad y lo evitable. No creía en el destino. Él pensaba que todo era una consecuencia de una acción. Que todo era reactivo y planificable.
Hasta los sentimientos.
Los lunes, las carpetas debían estar ordenadas alfabéticamente sobre su escritorio según el planning semanal cuidadosamente pensado. Lili nunca se equivocaba. Siempre aparecían ordenadas como le gustaba al Sr. Daniel.
Él era un tipo bueno y trabajador, a la vieja usanza. No sabía de computadoras, porque Lili las usaba por él. No conocía los teléfonos de sus contactos, porque Lili siempre lo comunicaba cuando los necesitaba. Tampoco se preocupaba por su almuerzo de las 12.30 porque, bueno, ya saben, estaba Lili.
Un día el Sr. Daniel llegó a la oficina y el café cortado no estaba en su escritorio. En su lugar, encontró una carta manuscrita con la letra prolija de Lili.

Estimado Sr Daniel:
Me voy. Conocí a un hombre que vive en el interior. Me dice que soy linda, buena y que le gusto. También me dice que lo excito cuando lo beso y que me quiere hacer el amor todos los días.
Llevo años esperando que Usted me lo diga. Llevo noches enteras pensándolo a Usted y debo reconocer que cada vez que mi amante me toca, sueño que son sus manos. Sus manos grandes, cuidadas y huesudas. Sus hermosas manos que nunca me tocaron, ni me acariciaron, ni me arrancaron de mi silla para que Usted me besara apasionadamente.
Lo amo Sr. Daniel, pero parto en busca de un amor más terrenal.
Tal vez, en otra vida se decida y me cuente al oído que soy su chica, que me quiere acurrucar y tenerme envuelta en sus sábanas tibias hasta que me duerma.
Mientras tanto, adiós.
Atentamente, Lili.

El Sr. Daniel se quedó unos minutos en silencio, mirando el reloj de la pared.
De pronto se percató que se le había pasado la vida.

jueves, 21 de octubre de 2010

Sanación



Un gato sucio, roto y descosido se acicala sin ganas.
Ni lengua rasposa para lavarse le había dejado la vida.
Una vez, alguna, creía recordar, fue un hermoso gato pardo de ancas musculosas y garras afiladas.
Sus ojos de tigre y su olfato sensible le proveían las presas más exquisitas.
Recuerda -y se le hace agua la boca- aquellas épocas de ratones grandes y torcazas gordas.
Ahora, se mira exhausto y piensa que es un gato viejo y destartalado, lamiéndose las heridas causadas en su última pelea por el amor de esa gata atorranta, la más linda del vecindario, aquella que ni siquiera lo quería, ni lo pretendía.
Y pensar que…
Baja la cabeza y sigue lavando su pelaje sucio y acartonado de mugre, saliva y sangre, mientras recuerda que la herida que más le preocupa es la del lomo, justo arriba del cuello, exactamente en el lugar donde su lengua no llega.
Se juró que mañana, luego de dormir un rato, encontraría a alguien que esté dispuesto a lamer sus heridas.
Y él se dejaría.

Ya lo había decidido.
Mi vieja siempre dijo que abrir la heladera en casa ajena era cosa de confianzudos.


Bienvenidos.