PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

viernes, 12 de noviembre de 2010

Diego (Parte 2 de 3)


En el aviso pedían joven abogado con experiencia en derecho jurídico.
Diego cumplía con ambas características y en la entrevista le fue muy bien. De esta manera comenzó a trabajar en el bufete.
Luego de tres años estaba feliz, le pagaban bien, y no tenía demasiadas complicaciones. Su buen ojo para elegir los casos, su labia para las negociaciones, su atinado criterio y la simpatía que lo caracterizaba le sirvieron para afianzarse en su puesto y en la empresa. Se había comprado un auto nuevo y empezado a pagar un lindo y confortable departamento.

Hacía rato que venía mirando a la mujer del director. Era una cuarentona que aún conservaba la belleza de su juventud con ayuda de la mano de un buen cirujano y los nuevos aparatos que insisten en elevar el ego femenino, entre otras partes más visibles que también levantan.
Silvana solía colaborar en algunos casos. Monitoreaba a los abogados y vigilaba el negocio. Eso la ayudaba a salir de su rutina diaria y demasiado aburguesada para la joven contestataria que había sido alguna vez.
A él le gustaba estar en las reuniones con ella. Lo excitaba mirarle las bellas piernas y las tetas operadas que se asomaban orgullosas por el eterno escote. Y le encantaba escuchar su voz. Era una voz ronca y seductora, segura y experta. Sin titubeos. Una voz que sabía lo que quería. Y se imaginaba a Silvana en la cama, con él. Fantaseaba pensando que esa mujer le podría dar mucho más placer que su novia, hermosa, pero joven y bastante inexperta todavía.
Muchas veces, en la ducha, se masturbaba pensando en ella. En la mujer del jefe. Una mina veinte años mayor que él.
“Qué zarpado. Mejor me dejo de joder”, se decía. Pero no se dejaba.

Un día, Silvana pasó caminando por detrás de su escritorio. Él escuchó que los tacones detenían apenas la marcha y sintió el dedo de su jefa, punzante, cuando le recorrió la espalda de hombro a hombro. La uña contra la camisa planchada hizo un sonido rasposo y suave y su espalda se erizó, gélida.
Su instinto de abogado lo hizo levantarse y seguirla hasta la oficina.
- Sí Señora, ¿qué necesitaba?- preguntó.
Ella se acercó sonriendo. Puso su mano en la entrepierna de él y muy tranquila le dijo:
- Vení Diego. Tenemos que hablar.

Y así fue como se convirtió formalmente en el amante de la mujer de su jefe.

5 comentarios:

  1. Que poderoso relato!!
    Realmente me perturba.
    Me hace sentir ese cosquilleo movilizante, incómodo debo aclarar.
    De este estado solo se vuelve dando cuatro vueltas al hipódromo de San Isidro.
    Ya vuelvo
    Sigamos, no pares!

    Aguardo ansioso la tercera parte

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  2. Ahora que entendi como era el "tema" espero la 3ra parte.
    Bien por las de 40!!!

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  3. Que bien escribis.
    Me dejás pensando. No te tenía tan buena.

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  4. MENTOLADO... dale, si, mejor andá a correr porque me dejás sin respuestas.
    Beso.

    JOSEFINA, bien por animarte. Bienvenida!!!

    ANONIMO 2, gracias.

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