PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

lunes, 10 de octubre de 2011

Festejos

A quince días de cumplir 14 años me enamoré perdidamente.
Resulta que muy a mi pesar, estábamos con mi familia de vacaciones en Necochea.
Siempre detesté ese balneario con olor a viejo y arquitectura de antaño, con noches familiares y playas extensas y ventosas.
Reconozco que para una amante del patinaje como yo, la pista del Casino era tentadora, con sus subidas y bajadas, vueltas y cambios de ritmo. Siendo pequeña, esa pista me parecía un reto enorme, inversamente proporcional a la sensación que me quedó al volver a verla hace unos años.
Bueno, volvamos a mi objeto de deseo.
Se llamaba D. D.
Él y su familia (que, de manera curiosa, todos tenían las mismas iniciales, DD) habían alquilado la casa lindera a la que habitábamos con mis padres y hermanas.
Al verlo, me enamoré automáticamente. Tenía 16 años. Era mendocino, alto, delgado, tímido, con un gran jopo, una mirada adolescente y esquiva y la sonrisa más hermosa que un muchacho pueda tener.
En la playa, en vez de perder su tiempo intentando conquistarme, tomaba su tabla y se ponía a correr olas.
Como al tercer día no me dirigía la mirada (por supuesto, no podría culparlo; yo era una flacucha que desde hacía un tiempo ya medía en ojotas mis 1.68m actuales y estaba todo el tiempo escondida detrás de un libro), usé la vieja estrategia de hacerme amiga de su hermano, DD2, llamémoslo.
Resultó que DD2 era un niño insoportable hasta para mí.
Como D no lo quería ni oír, comenzamos a escaparnos juntos de su molesta compañía.
Pasábamos bastante tiempo sentados uno al lado del otro. Comenzamos a hablar, a reírnos y claro, mientras yo moría de amor, el tipo miraba el piso.
Un día me dio la mano. Y así nos quedamos, de la mano, por horas, creo.
Una noche estrellada, estaba en mi habitación leyendo "Desde el jardín", de Kosinsky. La luz del faro iluminaba periódicamente los jardines de la casa, detalle que a mi me resultaba encantador.
En eso, en la oscuridad, entre las plantas, veo a D, medio escondido, espiándome.
En mi perversa inocencia, eso me encantó.
Rauda, dejé mi libro, apagué la luz y salté por la ventana.
Me fui a sentar a su lado. Y él, que siempre tenía la vista clavada en el piso, me estaba mirando muy fijo.
- Me espiabas?
- Si.
- Te gusto?
- Si.
- Mucho?
- Todo.
- Estás seguro?
- Si.
- Y por qué no me lo decís?
- No sé.
- ...
- Pasaron las 12. Ya es 4 de febrero. Estaba esperando que sea 4 de febrero para decirte feliz cumpleaños.
- Ah.... gracias, que lindo.
- Ahora te voy a besar.

De esa manera, mi mendocino tímido, me estampó un terrible beso, mi primer beso, que de recatado tuvo poco, especialmente porque empezó con un piquito y duró más de 3 horas.
Así empecé mi cumple aquella vez.

Linda manera de festejar, no?

2 comentarios:

Acá nos tratamos con respeto.