PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

lunes, 6 de febrero de 2012

Cuento I. Ocho anécdotas

Ocurrió una mañana de verano, en un barrio de la costa de la ciudad. Un hombre chico y enjuto y muy viejo -un viejito de los de antes, de esos que ya no vienen- vacilaba sin atreverse a la aventura de cruzar una calle ancha y de mucho tránsito. Un joven se le aproximó:

- ¿Quiere que lo acompañe, Don?
El viejito -sombrero de paja negro; pesado, nudoso bastón demasiado grande para él; lentes de armazón metálica y cristales como de catalejo; modestísimo y pulcrísimo traje claro que no prescindía del chaleco con su reluciente cadena que vinculaba, es de suponer, una moneda en desuso y un reloj de dos tapas- aceptó:

- Pues si - con un acento que un español muy probablemente hubiera reconocido como madrileño.
El joven tomó del brazo al viejito y ambos emprendieron a cruzar la calle. Llegados a puerto en la vereda que había sido la de enfrente, la endeble y agradecida voz casi seguramente madrileña dijo con dulzura, sin broma o sombra de broma alguna, muy sincera:

- Que el Señor te lo pague, hijo mio, con una novia bien puta.


Mario Arregui