PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

martes, 5 de junio de 2012

Invierno

"Breve licor con una gota de mi eterna sangre,

para que me lleves siempre por dentro.

Cálida, fría, quemante, amante".
 
Las bebidas blancas me gustan con hielo.
Con mucho y fresco hielo.
Claro que la urgencia no me dejó ir hasta la heladera.
Qué mejor que salir a cazar, pensé entre nebulosas.
Riéndote, me ofreciste tu campera gruesa de cuero y piel, pero me pareció más divertido salir semidesnuda, apenas cubierta con una manta gruesa y botas altas.
Tomé un vaso ancho y abrí el ventanal. El aire helado me pegó en la cara somnolienta y una felicidad fugaz me hizo sonreír y respirar profundo.
Salí a la nieve como un niño sale a jugar al parque.
Torpe, me arrodillé e intenté llenar el vaso de nieve fresca y blanca, pero los copos ya no eran tales, y se habían convertido en hielo.

El golpe rompió el vaso que se astilló en mis manos y me lastimó.

La sangre comenzó a llenar las líneas de mis palmas para luego caer, tímida en la nieve y teñirla lentamente de un rojo furioso.
Me quedé hipnotizada degustando ese momento, excitada por esa nieve roja y ese aire frío que condensaba el calor de mi espíritu.
Porque mi corazón galopaba agitado y se podía ver el vapor que emanaba mi cuerpo blanco.
Entonces, con mi garra lastimada, tomé toda la nieve que entraba en ella y corrí hasta donde estabas, sediento, esperando, y coloqué ese hielo en el vaso y lo llené de whisky y esperé tus besos reparadores que llegaron sin demora.

Supuse que te iba a gustar esa escena.
Supuse que te ibas a excitar como yo.
Supuse bien, ¿no?