PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

viernes, 23 de marzo de 2012

Otoño

Caminaba por la calle eligiendo las hojas más crujientes para pisar.
Prefería las amarillas medio amarronadas, enroscadas sobre ellas mismas. Como si supiera que esas iban a crujir más fuerte bajo mis zapatillas.
Claro que algunas me desilusionaban y la humedad que escondían las convertía en hojas silenciosas.
Supongo que creías que te estaba escuchando, porque no dejabas de hablar.
Lo hacías con ese tono tan odioso, medio de reto, medio de sermón.
Realmente, si tuviera que resumir en dos líneas lo que me dijiste no sabría hacerlo. Y eso que siempre fui buena resumiendo en el colegio.
El viento helado se ensañaba con mi cabello suelto y con las hojas caídas. Me despeinaba a mí. A ellas las amontonaba y las hacía bailar en las esquinas.
Hubiese preferido estar bailando en las esquinas, como esas hojas secas, antes que caminar automáticamente a tu lado.
Ya no te escucho. Pero a diferencia del estado anterior, tu voz comienza a molestarme. Casi de manera insoportable.
Necesito deshacerme de esa voz.
Veo un banco de plaza. Parece olvidado. O puesto de casualidad.
Pienso que el banco llegó allí por elección. Que decidió irse de donde estaba y se mudó de sitio. Me gusta pensar que el banco vino de lejos, que le costó tomar la decisión, pero que luego de varias luchas internas, eligió esa calle de Buenos Aires para vivir.
Si, se lo ve satisfecho, fuerte y seguro con su decisión.
Y tu voz… ¡Ay tu voz! Sigue sonando de fondo y no me deja escuchar las hojas que crujen bajo mis pies.
Decido separarme y dejarte ir con mi cáscara.
Allá va ella con vos. Qué linda pareja hacen. Hasta me animaría a decirte que ella sí te está escuchando.
Mientras, yo me siento en el banco amigable, en medio de la ciudad, en compañía del viento frío y las hojas que vinieron a bailar a mis pies.
Me anima respirar profundo en los días helados y que mis pulmones se llenen de ese aire.
Es lo más cercano a la pureza que puedo pretender un día como hoy.


sábado, 17 de marzo de 2012

Procedimiento

Debería conocer los pasos a esta altura, mi muy estimado. No corresponde que Usted haga las cosas de manera tan desprolija. Ahora, el trabajo será por partida doble. Vamos, deje de llorar, hombre. Eso tiene de perverso el arrepentimiento; sólo queda revolverse en la culpa o ser lo suficientemente sádico como para prescindir de ella. Pero veo que Usted no transita por ninguna de las dos alternativas.
Veremos de limpiar el sitio, por lo pronto.
Igual, no entiendo la saña. Con un corte limpio servía. Pero no. Tuvo que clavarle el cuchillo en el ombligo, empezar a cortar para abajo, en búsqueda del agujero real. Cortando, rasgando, desangrando. La abrió como un pescado, que hijo de puta.
Le sacó las tripas. Olía su sangre y le gustaba más todavía, ¿no?
Contame, che… te dije que dejes de llorar!! Dale, secate los mocos. No seas cobarde que bastante la cagaste ya. Contame, te decía, ¿Te excitó el olor a sangre cuando brotaba tibia y se te escurría por las manos... O te asustaste? Cómo? No ves que sos un maricón. ¿Llorabas? ¿Y para qué la mataste? Nunca voy a entender a los idiotas de tu calaña. ¿Sabés que? Bancate la cana. Limpiala vos. Pudrite por incapaz.
Así no mata la pasión. Que tiempos estos. Que devaluación, habrase visto.
Ya no existen verdaderos psicópatas del amor.  


jueves, 15 de marzo de 2012

No preguntes cómo llegué hasta aquí

Mil veces llego a lugares en donde despierto de mi ensueño y al mirar me doy cuenta que no hay manera de explicarme cómo llegué hasta ahí.

Entonces empiezo a caminar más derecha y decidida, deseando que nadie se haya dado cuenta que mi mente estaba a años luz de distancia.

Me dejo llevar por el torbellino de gente y miro a ambos lados, eliminando toda sospecha.

Y sigo.


Hay veces que pienso que llegaré a una casa que no conozco, besaré a un niño que no es mio y al acostarme tendré sexo tranquilo con un extraño.


Por suerte, siempre aparece un unicornio que me devuelve a la realidad.