PORQUE TODOS TENEMOS ANTOJOS

martes, 7 de diciembre de 2010

Costumbres aprehendidas

Siempre tuvo algo de geisha.
Desde muy niña, disfrutaba de las pequeñas ceremonias y del arte de homenajear.
En los detalles ponía voluntad y esmero, y se sentía feliz de ser una buena anfitriona.
Su padre le había enseñado varias cosas cuando tenía cinco años. Entre ellas, a jugar al Truco y a preparar “el aperitivo”.
Como la niña no sabía leer, el hombre le hizo en un papel dibujitos de las cartas y las ordenó por valor. Le explicó lo básico y le enseñó las señas y la importancia de hacerle creer al contrincante que uno está “cargado”. También le enseñó a mentir y a desarrollar la percepción (esta última cualidad la ayudaría mucho en futuras contiendas, aunque no fueran de Truco).
Pero ese es otro cuento.
Para preparar el aperitivo, la niña disponía sobre la mesada los ingredientes y un pequeño medidor de líquido plateado. La “medida”, le decía ella.
Una vez que estaba todo listo, comenzaba la mezcla: una de Fernet, una de Gancia, un chorrito de soda (atención, no un chorro), el jugo de medio limón y cuatro cubitos de hielo. Se agitaba y ¡voilá!
La niña le llevaba la poción a su padre con mucho placer y orgullo, asentando las bases donde se desarrollarían sus dotes de anfitriona y su gusto por ciertos placeres gourmets.
Ya sé, muchos podrían argumentar que eso no es cosa de chicos, que los malos hábitos y la cercanía al alcohol no son buenos compañeros… ¡¡Pamplinas!!
Hace treinta años, ciertas costumbres no se tomaban tan dramáticamente como ahora y los psicopedagogos y educadores progres se dedicaban a hacer tareas más interesantes como, por ejemplo, estudiar otra cosa.
Como sea, la niña siguió trepando a los árboles y andando en bicicleta y tomando la leche mientras veía el único canal que pasaba por la tarde dos horas de dibujitos.

Qué sencilla e inocentemente salvaje era la vida, ¿verdad?